domingo, 18 de noviembre de 2007

Del nacimiento de la escritura a los primeros alfabetos


Desde el nacimiento de la escritura a la configuración de los alfabetos existentes conocidos, en el moderno sentido de la palabra, hay un lento proceso de evolución tendente a conseguir una mayor adecuación entre la comunicación humana y los diferentes sistemas de escritura surgidos y elegidos para representarla.
Los procedimientos fundamentales establecidos para realizar una comunicación escrita han sido: pictogramas e ideogramas, logogramas, signos silábicos y alfabetos. Pero hay que tener en cuenta que la escritura y, por tanto, cualquiera de esos sistemas son posteriores y secundarios respecto al establecimiento de las lenguas. De hecho, el lenguaje como vehículo de comunicación es consustancial a la existencia del hombre; no cabe pensar en un grupo humano sin la existencia de una lengua que permita establecer relaciones entre sus componentes. Sin embargo, la escritura es secundaria, aparece cuando la lengua tiene una estructura estable y busca una representación posible de la misma, pero, en principio, puede prevalecer sólo oralmente. Aún hay idiomas en diversas zonas de América, por ejemplo, sin tradición escrita. Por esta razón se comprende que un mismo sistema de escritura sea utilizado por lenguas diferentes o que una lengua pase de un sistema a otro, bien en aras de una mayor facilidad y comodidad, bien por razones de prestigio o de cualquier otra índole; puede, incluso, que mantenga a la vez más de un sistema. Así, la escritura cuneiforme sumeria fue adoptada por los acadios, hititas o persas y éstos, posteriormente, usaron el alfabeto arameo, del mismo modo que los japoneses adoptaron los ideogramas chinos o, siglos más tarde, en Turquía se sustituyó el alfabeto árabe por el latino. Por otra parte, pueden verse ejemplos de escritura combinada de ideogramas y logogramas en algunos textos como la llamada “paleta de Narmer” del 3000 a.C.
Es cuestión debatida si el origen de la escritura se produjo en un solo lugar y la idea se difundió a otros o si, por el contrario, surgió independientemente en diferentes culturas. Las escrituras china o egipcia, por ejemplo, son absolutamente diferentes y, sin embargo, han llevado un desarrollo similar en su estructura interna.
La escritura nació probablemente de la necesidad de representar operaciones numéricas como una primitiva forma de contabilidad, que pudo tener sus precedentes, incluso, en las denominadas “cuentas simples” y “cuentas complejas”, como las que conocemos de arcilla en Mesopotamia. De ahí, derivaría a una manifestación ideográfica de realidades concretas (objetos, seres, etc.), reproducidas por pictogramas, que acabarían representando también conceptos o ideas abstractas por medio de dibujos simbólicos. Éste parece haber sido el inicial mecanismo de evolución en los primeros sistemas de escritura, con independencia de si ha habido uno o varios orígenes distintos.
El foco geográfico que registra las más antiguas formas de escritura es el de Mesopotamia y, de todas ellas, la primera en aparecer fue la escritura cuneiforme sumeria, a finales del IV milenio a.C. Algunos autores, como M. Green, consideran que esta escritura es fruto de la evolución de las señales realizadas sobre las citadas cuentas simples y complejas de la zona conocida como la Media Luna Fértil. Estas cuentas eran una especie de pequeñas fichas de arcilla que se guardaban en unos envases grabados con unas marcas para anotar las cantidades de productos (las simples) o con pictogramas para anotar las calidades o tipos de 3 los mismos (las complejas). Esta dualidad no es de extrañar si se tiene en cuenta que se mantiene en los números y letras de los diferentes sistemas de escritura.
La escritura cuneiforme, utilizada por los sumerios y documentada desde el 3200 a.C., se considera como la primera manifestación de auténtica escritura. Su expansión fue rápida, pues el desarrollo urbanístico, social y comercial de este reino, situado en el actual Irak, implicaba una creciente burocratización de las actividades palaciegas y esto derivó en una necesidad cada vez mayor de anotación y registro de actividades. Desde las primeras tablillas de arcilla impresa (unas cuatro mil procedentes de la ciudad sumeria de Uruk), se observa tanto una evolución de carácter utilitario que tiende a la simplificación de formas gráficas, al mismo tiempo que amplía las posibilidades de representación del vocabulario, como una expansión a otras zonas y culturas de este sistema. Así, se aprecia cómo las lenguas del grupo acadio (acadio antiguo, asirio, babilonio, eblaíta, elamita o hitita) combinarán el uso de la escritura cuneiforme con pictogramas propios de tipo jeroglífico, que tal vez representas en logogramas y fonogramas mezclados. El sistema cuneiforme seguirá en uso en Mesopotamia hasta el siglo II a.C.
Posteriormente comienzan a aparecer otros sistemas ideográficos en diferentes partes, como los jeroglíficos egipcios, hacia el 3100 a.C., o las escrituras del valle del Indo (Paquistán y noroeste de la India), aún sin descifrar. En Creta, se desarrolla una escritura jeroglífica, de cuyos pictogramas parece derivar la escritura llamada Lineal A, descubierta por sir Arthur Evans y descifrada por Venhiss, junto con la lineal B . Hacia el 1200 a.C., surgen los llamados “huesos oraculares” en China, con los primeros caracteres de esta escritura.
Los sistemas que perviven se flexibilizan progresivamente y extienden su ámbito al cultivo de la literatura, en algunos casos de forma incipiente. Sin embargo, estos sistemas abigarrados de signos tremendamente complejos son patrimonio de muy pocos, por lo que los escribas empezaron a constituir un grupo social destacado dentro de las diferentes civilizaciones, como ocurrió en el Egipto faraónico.
Uno de los grandes logros de la historia de la escritura fue cuando esos escribas consiguieron reproducir, por medio de un pictograma, el sonido de una palabra; se pasaba así de escrituras que representaban ideas u objetos de forma icónica por medio de figuras, a que dichas figuras simbolizaran cómo estas palabras se pronunciaban en la lengua, es decir, se convirtieran en logogramas. El siguiente paso fue, mediante procesos de abstracción y simplificación, que esos signos representaran palabras abstractas, verbos, etc. A partir de palabras monosilábicas -esto es especialmente visible en sumerio o chino, por ejemplo- tales signos pasaron a representar sílabas y a adquirir, por tanto, valores fonéticos silábicos. Las palabras homófonas se representaban por el signo atribuido a una de ellas: por ejemplo en el cuneiforme sumerio el signo que representaba “flecha”, leído “ti” servía para esta palabra, pero también para la palabra “vida”, homófona de la anterior. La polifonía contribuyó igualmente al darse un mismo signo que podía leerse de diferentes maneras según las distintas palabras que significaba, pero sólo una de ellas pasó a tener el valor silábico. Se dio así el procedimiento llamado rebus, por el cual un signo que representaba una sílaba, unido a otros signos silábicos, formaba una secuencia para componer una nueva palabra: por ejemplo, en sumerio, los signos que representaban los sonidos de “mujer” + “montaña” formaban “esclava”. Este procedimiento y otros similares llevaron a desvincular, en mayor o menor medida, los signos de sus símbolos directos, culminación del proceso de creación de los logogramas, que representaban la lectura de palabras.
En muchas escrituras se fueron creando signos suplementarios para resolver problemas de polifonía y estos signos o glosas fonéticas terminaron por reflejar indicadores de número, 4 persona, tiempo, etc. con lo que se creó el proceso de prefijos o sufijos. Esto llevó a establecer relaciones cada vez más complejas a la hora de construir frases y oraciones.
La formación de estos sistemas redujo el número de signos necesarios para realizar la escritura. Surge, entonces, la necesidad de recurrir a sistemas cada vez más sencillos que representen los sonidos diferentes de las lenguas y se reduzcan al mínimo necesario. La individuación de sonidos de la lengua llevará a la constitución de alfabetos.
Frente a los sistemas de escritura antes expuestos, la creación del alfabeto supuso una innovación de consecuencias formidables para el desarrollo de las escrituras y de la cultura misma, una auténtica revolución dentro de la propia revolución que había sido el nacimiento de la escritura.
Es evidente que la simplicidad del nuevo sistema, que reduce los signos a menos de treinta (entre veintisiete y veintidós, habitualmente), permite un rápido aprendizaje y fácil uso, pues consiste, básicamente, en combinar los diferentes signos para reflejar los sonidos individualizados de la lengua que forman las palabras. Estos signos, que han simplificado su forma a base de una suprema estilización, permiten una combinación múltiple y una sencilla representación de las palabras. Como señalan algunos autores, el alfabeto es la “democratización” de la escritura, ya que este sistema podía extenderse a cualquier persona y convertir el acto de escribir en algo accesible a todos. Los primeros alfabetos atenderán exclusivamente a los sonidos consonánticos, si bien se darán algunos intentos de notar de diferentes formas las vocales que pueden acompañarlos, como ocurre en arameo o hebreo. Habrá que esperar al alfabeto griego para encontrar uno constituido plenamente, tal y como hoy se entiende.

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